Los amazónicos deberíamos empezar a leer más libros como La Búsqueda del Alba. El mundo, en general, así como quiere leer más y mejor al extraordinario César Calvo, debería descubrir – o redescubrir – a Germán Lequerica Perea, iquiteño nacido en los febriles años treinta, poeta, narrador y creador de una de las tradiciones literarias más importantes de estos fastos.
Digo que La Búsqueda del Alba debería ser leída en los colegios, como parte del Plan Lector de estas coyunturas bilingües y globalizadas, debería volver a los cafés que promueven la alerta y la reflexión, debería sin duda ayudar a que los universitarios se enteren que hay modos de salvar el alma y ayudar a que el mundo no se acabe más allá de sus prioridades subrayadas en bailes de moda y calificaciones en rojo.
Repito, La Búsqueda del Alba debería ser cantada una vez más por todos aquellos rapsodas o trovadores o febriles prospectos de creadores. Debería tener un espacio en la mesita de noche, con la ventana de la habitación abierta hacia un frondoso árbol y el maldito teléfono celular apagado, silenciado, implacablemente ahogado.
Digo, todo(a) joven que tenga una sensibilidad para el arte y la belleza debería iniciar su aprendizaje leyendo La Búsqueda del Alba.
Escrito a finales de los cincuenta, reflejaron sin dudar los primeros sones de una revolución. Estética y estructurada, sencilla y filosófica, panfletaria y medida, inabarcable y musical, significó el triunfo primero del poeta sobre la palabra en una era y un contexto en que se presumía de los temblores del bosque, que se refocilaba en los devaneos del dandismo ocioso y prejuicioso, que se abandonaba al hombre como objeto y sujeto primordial de la creación.
Es entonces que busco con mis manos
con mi paso furtivo
con mi sudor cargado de cadenas
un canto de bondad y de esperanza nueva
un pedazo de tierra labradora
para tu reja triste.
La Búsqueda del Alba, en efecto, es un trayecto de aprendizaje iniciado y redondeado a partir de las inquietudes de un intelectual orgánico, afectado íntegramente por su oficio. Es el testimonio apasionado de un hombre apasionado, sin duda, doliente, sin ninguna duda, pero esperanzado, caray, tan esperanzado que buscaba contagiar de su esperanza a todos aquellos que lo pudieran leer. Era aquél hombre que buscaba la música de las sensaciones quien se encargaba, además, de crear su propio soplido de luz para quienes no podían ver.
Germán Lequerica había decidido convertirse en farolero que iluminará las visiones de los hombres con La Búsqueda del Alba.
Si fuera –digo-
un paraíso el ande
el mar un río mineral como la nube
la golondrina un sueño de verano
la búsqueda del Alba
fuera simple
fuera tal vez y nada más hermano
el nacimiento puro de la luz.
Rememoro pasajes de La Búsqueda del Alba cada vez que puedo. No porque crea que sea una obra maestra de la literatura mundial (aunque sí creo que es una de las cumbres gozosas de la poesía amazónica). Recuerdo sus pasajes y recorro sus territorios punzantes, explosivos, apasionados, porque es un libro conmovedor. Me gusta mucho Ese maldito viento, una de las mejores obras de Lequerica (que Luis Hernán Ramírez, gran crítico, indicaba como depositaria de “sus mejores cuentos, pues expresan en toda su dimensión humana y social, el drama que viven los explotados y marginados sociales”). Pero a la hora de la confrontación con el corazón, La Búsqueda del Alba tiene de aquello y más, en cantidades estelares.
Quiero un paraguas grande
inalcanzable
para perennizar la estrella entre tus ojos
para fortalecer la fe de los domingos
para el amor que nace
para el que tenga sed todos los días
para poblar de besos
las canas verdaderas de mi abuela
La Búsqueda del Alba es un canto de y para los oprimidos, es una posibilidad de redención para los condenados usuales de la tierra y sus contradicciones. Hay palabras que se reiteran constantemente: “amanecer”, “hermano”, “selva”. Hay un término que revela gestas y deseos infinitos de cambio, uno radical pero concreto. Es acá donde la palabra “fusiles” se repite tan férreamente, como metáfora y como alusión del cambio y la redención. Lequerica asume la revolución en una época que todos hablaban de ella y todos eran tan sectarios como cuadriculados en su mención, salvo, claro, los grandes poetas, los que no necesitan balar tanto para que su canto se vuelva rugido de compromiso con el mundo.
La búsqueda del alba
– lo repito –
es un minuto alto
un dolor con espinas como de parto enorme
un mar de tropezones
Es un cálido abrazo en la distancia
una celda feroz
un exilio de plumas en el vuelo
un genuino amargor de ave atrapada
Pero también
hermano
la primera noción de nuestra lucha
la dirección del viento
la bandera inicial de los fusiles
Lequerica fue reconocido tardíamente por este poemario, el más intenso y entrañable que haya escrito un loretano. Como alguna vez escribí, es posible encontrar en él la más profunda al leer versos que siguen retumbando en la memoria y el corazón de los lectores como éste: En la búsqueda del alba/ el hombre tiene inevitablemente/ cien manos/ cien pies/ y una estrella prendida en la memoria.
La Búsqueda del Alba, en suma, es una deuda pendiente para todos aquellos que aman la Amazonía, que aman la emoción, que aman el mundo.