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La primera vez que pedí permiso para ir a una fiesta de “grandes” tenía 15 años. El grupito de las chicas “populares y adultas” del colegio iban a ir a una discoteca y me habían invitado, y yo que tenía idea de una “disco” solo por lo que había visto en la televisión quería ir. Afortunadamente mis padres  que nunca me han dicho “no” a nada –casi a nada-  me dieron el permiso. Desde ese año y el próximo, siempre los permisos eran iguales, hasta determinada hora –no más de 2 a.m-. y mis amigas tenían que ir a dejarme a casa o uno de mis hermanos mayores  tenía que ir a recogerme.

Para ser una de las pocas chicas del salón que sí le daban permiso para ir a la discoteca, me sentía privilegiada y  feliz.

Pero me mudé/mudaron  de ciudad y ese mismo año ingresé a la universidad. Aún no tenía DNI, ni amigos, ni ganas de conocer mi nuevo espacio de vida, así que no era mayor problema pasar sábado tras sábado en casa.

 Ya en la Universidad, empezaron los trabajos grupales y las salidas también. A veces tenía la necesidad de quedarme a dormir en casa de mi compañera Katiuska y fue con ella con quién empecé a conocer las primeras discotecas de Iquitos.

Con los meses mis padres ya no se tragaban el cuento de que mis trasnochadas eran exclusivamente por trabajo, así que empezaron las llamadas de atención. Y para llegar a un acuerdo salomónico, un buen día me dijeron: “sabemos que la universidad te demanda mucho tiempo y por eso tienes que pasar mucho tiempo fuera de la casa. Desde hoy hemos decidido darte toda la libertad que quieras, pero eso si,  el primer error que cometas, tendrás que asumir con la misma responsabilidad que dices tener ahora” (en conclusión: si sales con tu domingo siete, ¡¡¡FUISTE!!!)

 Esa libertad me ha permitido quedarme hasta días seguidos en casa de cualquier amiga sin problema alguno y sin temor a cuestionamientos.  Aunque mis padres ya no me cargan con el interrogatorio-mismo-delincuente como cuando tenía 17, siempre está la pregunta ¿dónde dormiste ayer?. Afortunadamente siempre he tenido la respuesta exacta y verdadera para sus dudas. Pero una crece, la vida cambia y las hormonas se alborotan. Y hoy en día, en algunas ocasiones, si necesito una buena historia para justificar las ausencias en mi cama. 

La primera vez que me quedé a dormir fuera de casa y no precisamente para dormir en la de una amiga, recuerdo que tuve que armar toda una historia que encaje con el tiempo, las horas y los lugares. Recuerdo que involucraba la lluvia, el frío y lo peligroso que es manejar la moto a la una de la mañana, hora que casi siempre terminan los «cócteles» a los que acudo eventualmente por «motivos de trabajo”.

 Recuerdo que aquella vez  era como si hubiera seguido un curso acelerado de 25 minutos  –tiempo que demoraba de su casa a mi casa- sobre actuación e improvisación, pero ¿saben qué pasó?, pues nada, no me dijeron nada.

 Otra vez me quedé a dormir fuera de casa y  necesitaba encarnarme en alguna ganadora de Oscar a mejor actriz. Recuerdo que cargaba en el rostro la mentira en todo su resplandor y la vergüenza también. Temía que al responder la habitual respuesta: “en casa de fulanita” uno de mis hermanos o mi padre diga: pero ¿qué hacías saliendo de un hotel por la Plaza de Armas?. Y si bien a ese lugar todo el mundo entra y sale como si nada y sin roche, no había previsto ciertos detalles. (por cierto, este encuentro con ese aminovio fue muy pintoresco y gracioso que quizá algún día lo cuente). Aquella ocasión llegué a mi casa con el cuento perfecto, pero para mi sorpresa, no hubo pregunta alguna. 

 Ahora muchos dirán, ¿pero cuál es la bronca? ¿acaso es pecado? La respuesta definitivamente es no, pero para los que tienen padres que te repiten sobre importancia de la pureza, la integridad y el cuento del vestido blanco, es importante ser un poco generoso con esas tradiciones familiares y no desengañarlos sin que te lo pidan.

 Por eso, no dudaré en inventar más “cócteles”, “trabajos de fin de curso”, “lluvias inesperadas”, “cumpleaños de mis mejores amigas” y amen de historias.

 Por cierto la última vez que me quedé a dormir fuera de casa, fue por una salida a una discoteca. Esa madrugada me quedé en casa de mis tíos, con mi amiga Mel. A las seis de la mañana  estaba de regreso a mi casa. Insólitamente cuando salía de ducharme mi padre en la puerta del baño me pregunta algo ofuscado, ¿y tú dónde has amanecido?, con toda la chanza del mundo le respondí: ¡EN LA CASA DE UN HOMBRE!!

Todas las mujeres

Publicado: 14 junio 2009 en Miss Lizzy
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todaslasmujeres

Todas las mujeres, absolutamente todas (por lo menos las que yo conozco), actuamos sobre la base de motivos, razones y suposiciones que en algún momento se convierten en motivos reales.

Recuerdo mis más recientes relaciones sentimentales (las de hace un año más o menos) y me causa gracia cómo logré que todo encajara tal y como lo esperaba. Es que soy un genio.

Vayamos por partes, a principios de año, no… miento. En los primeros días de junio empecé una relación con el que en ese entonces era mi mejor amigo y había regresado de Lima; como era de esperarse, la relación no duró mucho (apenas dos semanas), después de una semana de haber terminado con él, empecé una nueva relación con Jairo, un amigo al que había conocido casi cinco años atrás y era para mí casi inexistente, sólo conversábamos cuando la vida nos daba la ocasión de hacerlo y siempre nuestras conversaciones se trataban de la injusticia de la vida y los amores perdidos.

Empezamos a finales de junio y terminamos en setiembre. Pero el punto es que a los pocos días de haber comenzado la relación, él me invitó a tomar helado; estando ya en la heladería, Jairo pide dos “milkshakes de fresa”, y empezamos la charla agotadora del: ¿cómo te fue en tu trabajo hoy?

Ya con los vasos en la mesa y yo jalando de la cañita, Jairo me dice:

  • ¿Te puedo hacer una pregunta?

A lo que yo respondí:

  • Claro. Por qué no.
  • ¿Por qué terminaste con John?
  • Eeh… ¿por qué preguntas?
  • Es que… me siento culpable, porque después de terminar con él… ahora estás conmigo. Digo, porque después él puede picarse conmigo.
  • Jajaja… No, loco. Terminé con él porque las cosas no funcionaban, es todo, eso no quiere decir necesariamente que lo haya dejado por ti. Tú me gustas, él también me gustaba, pero ya fue pues.

El pobre de mi enamorado creía y estaba casi seguro de que yo había terminado con el anterior por estar con él (que es lo que comúnmente hacen las chicas), pero qué equivocado estaba. Ustedes recordarán aquel post en el que conté una historia acerca de un estudio que realicé del comportamiento masculino debido a que tenía un “amigo” al que, para serles sincera, yo quería demasiado, pero no lograba comprender sus actitudes y por eso monté un proyecto (niña mala). Pues ese era el real motivo por el cual había terminado con John  y obvio también  iba terminar con él. Apenas cumplimos los tres meses rompí la relación porque ya había tenido suficiente de él.

En conclusión de la primera parte, mi enamorado se palteó porque pensó que realmente me interesaba, lo cual no era del todo cierto, ya que sólo lo estaba usando para otros fines, igual que a los anteriores. Mi motivo era muy claro, pero los hombres no entienden, si se los dices, ellos dicen que juegas con sus sentimientos, lo cual tampoco es cierto, porque yo no estaba jugando, sólo trataba de aclarar mis ideas, descubrir la verdad del asunto y desplazar a alguien que vivía metido en mi corazón y mi mente, con el que volvía cada vez que terminaba con alguien y al que a la vez trataba de demostrar desinterés cada día. Pero tenía un motivo.

Retrocediendo en el tiempo, redescubro en mi inocente pasado, en el inicio de mis relaciones sentimentales la imagen del rostro de mi primer enamorado del colegio. Con quien hace tres días conversaba por el chat y descubrimos juntos muchas cosas que quedaron irresolutas en el cuarto grado de secundaria. Hugo, quien en su momento fue el chico más popular del colegio, por ser el más alto de la escolta y por su actuación en “soy el enamorado de Lizzy”, me había traicionado cruelmente con una chica de segundo (que por cierto era mucho más grande que yo, lean: “bronca, bronca”), por lo cual yo corté los lazos sentimentales que nos unían y él se fue al olvido y quedó como una leyenda por su actuación en “también le puse los cuernos a Lizzy”. 

Cuando llegamos a quinto año, Hugo me pidió que regrese con él (como si nos hubiésemos a algún sitio… jajaja), yo no acepté, tal vez por el temor de que vuelva a suceder lo del año anterior y aparte porque tenía una compañera que me decía que mi ex se le declaraba y quería estar con ella. Niurka era una chica potencialmente linda, caderas prominentes, cintura estrecha, senos, bueno no muy atractivos, mas iban en proporción a su cuerpo, es decir se veían bien, y de remate poco inteligente e interesada, la chica perfecta para los chicos tontos, y coqueteaba constantemente a Hugo. Por otro lado, a Hugo le dijeron (esto me enteré hace tres días), que yo estaba con el primo de ella, lo cual era lamentablemente falso, digo lamentablemente, porque de haber sido cierto, las cosas debieron haber sido distintas y después del “chote”, Hugo empezó a salir con una chica de cuarto, Sheila, por lo que yo accedí a salir con Marcos, uno de los pretendientes potenciales de Niurka.

Entonces Hugo, dejó de insistirme porque yo estaba con otro chico. Él no sabía que sólo quería que se diera cuenta que salía con Marcos sólo para que él se ponga celoso y para cobrarme de las zorradas de Niurka.

En conclusión y para cerrar esta embrollo, lo que quiero decir, es que nunca las mujeres actuamos por “locas”, o porque se nos ocurra, siempre detrás de esas actitudes descabelladas y decisiones equivocadas, hay un motivo muy fuerte que nos impulsa a actuar, decir, hacer o pensar.

Y a la vez es un mensaje subliminal a los hombres (ya no tanto, porque se los estoy diciendo). Desde ahora, cada vez que sus enamoradas hagan algo que a ustedes les parezca tonto, ridículo, malo o de cualquier índole que los hiera. Piensen que detrás de eso hay algo más.

el primer hombre fue mujer

El otoño en París siempre llega acompañado de lluvias. Y creo que no hay nada peor que las lluvias frías para un artista amazónico. Quita toda inspiración, por lo menos ese es mi caso.

Hacía días que yo venía peleando con un cuadro en mi taller parisino y mirar por la ventana no me ayudaba mucho. La lluvia gris bloqueaba cualquier idea.

Sonó el teléfono.

Génevieve era una amiga muy divertida, culta, lesbiana y feminista. Presidía una asociación en París que ayudaba a las mujeres.

-“Salut Gino”- me dijo con una voz apagada y triste.

-“Hola loquísima”- le respondí. “¿Estás enferma?, se te escucha muy mal”

– “Sí, no puedo moverme de la cama y te llamo porque te necesito…”

Me explicó. Ella tenía que participar en un congreso feminista que se iba a desarrollar en una ciudad del sur, en Clermont Ferrand más precisamente y quería que yo la reemplace…

-“¡¿Qué?! Realmente estás enferma… Yo no tengo nada que hacer ahí, no tengo tiempo y, además, tu sabes que el feminismo es un tema que me aburre”- le dije categóricamente.

Insistió.

Me dijo que sus amigas de la asociación no podían remplazarla, ya tenían comprometido su fin de semana, que yo era su último recurso para representarla, que me pagaban todo, incluso viáticos, que no todas las asistentes eran lesbianas, que por favor y que ya había mandado un mensajero con los pasajes y toda la información a mi casa…

Le agradecí el gesto, una vez más, le dije que no iría y colgué. Vi mi cuadro triste, inconcluso, la lluvia persistente, el cielo gris de París, mi desgano por la vida… acepté la invitación.

Al día siguiente tomaba el vuelo que me llevaría a un congreso de Feministas… después de todo, podía ser divertido.

Me recibieron en el aeropuerto, me llevaron al Hotel, me dieron una identificación con el nombre de la asociación que yo representaba, un fólder con muchos documentos, manifiestos y toda la información necesaria (que no leí, por supuesto) y con una sonrisa en la boca, entré al auditorio donde se iba a llevar a cabo la ceremonia de inauguración.

Era el único hombre.

Ese día entendí lo que es el miedo. Quinientas miradas femeninas y feministas se posaron en mi humanidad. Miradas inquisidoras, destructoras, curiosas, discriminadoras, agresivas, perversas…

Me senté en el lugar que me indicaron y traté de no mirar a nadie.

-“¿A qué mierda vine…?”- era lo único que atinaba a pensar. No es agradable sentirse escrutado por cientos de arpías.

Empezaron los discursos. Es evidente que no prestaba atención, lo único que quería era salir corriendo de ese lugar. Esperé como una media hora, me levanté sin mirar a nadie y salí. Busqué el bar, lo encontré y al barman (era un hombre, Aleluya!) le pedí que me sirviera un Whisky. Ya no me sentía solo… Cuando me dijo que el consumo del bar era gratis para los participantes le pedí que me bajara la botella. Hablamos un poco de todo (rajamos de las feministas también) mientras yo me despachaba la botella. Pasaron como tres horas. De repente una anfitriona vino hacia el bar llamando al representante de la Asociación parisina: yo. Levanté la mano y, cogiéndomela, casi corriendo me llevó al auditorio. Sucede que cuando tengo algunos tragos encima yo soy de los que se ponen dóciles, sobre todo con el sexo opuesto. Casi sin darme cuenta me di cuenta que… ¡me estaban subiendo al escenario! Me dijeron que me tocaba hablar.

De pronto me percaté que estaba frente a un micrófono en medio del coliseo romano como un cristiano rodeado de fieras, pero, para ese entonces el Whisky ya había alterado mi timidez, me había desinhibido y mi espíritu suicida se puso a flor de piel.

Ni siquiera sabía cuál era el título del congreso y si la asociación que yo representaba había preparado alguna ponencia ya que no me di la molestia de revisar ninguna información.

-“¿Y ahora que digo?”- me dije sonriendo.

Suspiré fuerte y largo, escudriñé a mi auditorio, pasaron unos treinta segundos y ahí supe lo que tenía que decir.

“El primer hombre no fue hombre, fue mujer”. Dije fuerte y claro como una sentencia apostólica. “Y se llamó Kaametza”.

Así empecé a contar la historia de la creación del mundo según una versión Asháninka. Hablé fuerte y despacio a la vez, traduciendo con delicadeza cada palabra, cada idea y tratando de alargarla.

“Kaametza ya existía antes que Dios nazca, Pachakamaite, el padre supremo, aun no sabía que iba a existir… nuestra primer ancestro vivía en un mundo donde todo era de ceniza y vivió así en un tiempo sin tiempo. Un día se le apareció un otorongo negro que también era de ceniza. Ella miró a ese ser de ojos luminosos y no tuvo miedo, no sabía lo que era el miedo. El otorongo sacó las garras y se le abalanzó rugiendo. Ella por instinto esquivó el ataque y en ese momento descubrió y aprendió lo que era el miedo. Cuando el animal giró para volver a atacar, Kaametza se sacó un hueso de su cuerpo y esperó la embestida. Con ese instinto natural que solo poseen las mujeres, supo lo que tenía que hacer. Volvió a esquivar y con el hueso le perforó el pecho. El otorongo rugiendo cayó sobre la ceniza y murió”.

“Fue ahí que decidió crear una compañía para ella. Arrojando el hueso y haciendo una invocación que sabía-sabiendo, fue convirtiendo aquel hueso en una llamarada que girando-girando fue tomando la forma de algo-alguien igual y distinto a ella a la vez. Creó a Narowé, creó al hombre”.

Hice una pausa y vi que había logrado hipnotizar a la jauría.

“Cuando Kaametza vio su creación, inmediatamente hubo esa atracción poderosa, instintiva y que no queremos ni podemos explicar cuando sucede. Sin dejar de mirarse a los ojos, ella se recostó despacio sobre la sangre aun caliente del ororongo y abrió sus piernas delicadamente en una invitación explícita”.

“Así como el río Inuya penetra en el Urubamba, tronando fuerte, así entró Narowé en el cuerpo de Kaametza. Hubo vientos, fríos y calores, estrellas y arcos iris, sonidos nuevos, quejidos y gritos. Hubo todo”.

“Cuando juntos llegaron al primer orgasmo, se creó la luz en el universo”.

Miré al auditorio unos segundos, parecía que nadie respiraba y terminé diciendo: “espero que hayan entendido el mensaje”.

También demoraron unos segundos en reaccionar y se desencadenó una tormenta de aplausos. Suspiré aliviado y desde esa tarde, agradezco al Whisky todos los días de mi vida.

Esa noche fui un héroe, todas me buscaban, querían comentar e interpretar el final de mi discurso, cada una tenía una versión distinta de la historia contada. Me sonreían, me engreían, me mimaban! Esas mujeres que cuando aparecí me hicieron sentir que interrumpía un aquelarre, de pronto me parecieron dulces, cariñosas y bellas… ¡me miraban con ternura! Aquella noche fue inovidable e… interminable.

La clausura fue al día siguiente, me había levantado tarde (por agotamiento feliz, se entiende) y cuando me aparecí en el auditorio, vi que casi todas reían, como niñas que habían tramado una travesura. Estaban entregando diplomas a las asociaciones que más habían contribuido durante ese año con las mujeres y la sociedad. Y como último acto, llamaron al representante (yo) de la asociación parisina. Me acerqué al estrado y después de un breve discurso de felicitación por parte de la directora del congreso, me entregaron un diploma (mandado a hacer especialmente para mi) donde se me declaraba “MUJER HONORIS CAUSA”.

Kaametza me salvó la vida.

lupe-nocturna

En la puerta de uno de los tantos bares que existen en la ciudad, los dos frente a frente, un «lo siento pero me tengo que ir » de su parte, un «si te quieres ir vete de una vez» de la mía, un beso en la mejilla de mala gana, un chau y un «habla con el aire si quieres que me regreso al bar», así fue la escena final de la historia más reciente que tuve con cierto chico. Y digo la escena final, porque después de eso algo dentro de mi me decía/me dice que la historia se acabó. Y aunque hubieron amagos de un posible encuentro, su poco interés y mi desbordante desanimo no son precisamente nuestros mejores aliados para concertar un encuentro.

Recuerdo que después del nada agradable acto final en el bar (con actores secundarios incluidos, llámese cuidador de moto, vendedor de chicle y cigarrillos y niño curioso), eliminé su número, sus mensajes, sus llamadas (incluida las perdidas y marcadas) y toda información que sea de él con el fin de expectorarlo y en serio,  y cuando se enteró días después que hice esto me dijo que era muy mala, y después, simplemente desapareció, ¿y yo?, nada, simplemente jugando ludo o ajedrez con mi hermanito en las noches que no tengo clase en la universidad para matar el aburrimiento y olvidarme del asunto.

Si pues, a veces soy así de radical. ¿Es un problema? no lo sé, lo único que sé es que no soy la única mujer del mundo que en ciertas ocasiones hace borrón y cuenta nueva cuando no le va bien con alguien.  La mayoría de mujeres esperamos que luego de una pelea con el chico con quien salimos, sea él quien llame primero y no sea solo una vez sino varias, pida las disculpas correspondientes y nuevamente volvamos a subir en los caballitos de la ilusión y cabalguemos por los prados de la alegría comiendo algodón de azúcar. Sin embargo eso casi nunca me pasa. Lo más probable es que desaparezca tan pronto yo dé la espalda.

Recuerdo hace no mucho estaba con un amigo en la Plaza de armas un poquito más tarde de la medianoche (si, parecíamos yo la putita y el caficho, menos mal nadie le preguntó nada extraño), hablando de esas cosas de la vida cuando me hizo una pregunta que me dejó entumida: ¿Por qué todos los chicos con quien sales o tienes algo te dejan? Me esputó sin anestesia alguna, «porque no lo sé» creo que fue lo que respondí después de soltar una risa.

Ahora, haciendo un auto análisis mientras prendo un incienso y evoco los sabios espíritus de Sigmund Freud, pienso que muchas veces (inclusive en donde soy yo la que la riega) espero tendida en mis laureles que sea él quien toque la puerta, y no porque el resentimiento me gane o porque el manual de la “buena señorita” así lo dicta, sino porque a veces simplemente hago mal uso del  “todo pasa y pasa por algo” y a quien en realidad dejo pasar son a buenos chicos.

Pero, ojo, no siempre he sido yo la de las colgadas de teléfono, la de los portazos, y “cállate que quien grita último soy yo”, para nada. También he sabido llamar, buscar, propiciar salidas y pedir disculpas. Yo creo que no importa si somos hombres o mujeres, si tú tienes más culpa que yo o si tú la regaste antes que yo para pedir disculpas (claro hay excepciones muy, muy fuertes y en esas no me meto). Y nada de eso de que: pero antes ¡¡¡venganza!!!. No viene al caso (además mata el alma y la envenena).

Ahh por cierto, recuerdo también que aquella noche de la Plaza, mi amigo, convertido en una especie de Nostradamus con chaman del norte me presagió lo siguiente: “Tú  estarás con la persona que quieres a los 23, te dejará al mes y volverás a estar con otra persona a los 24, él te dejará a los 6 meses para recién estar con quien te vas a quedar cuando ya estés por cumplir los 30”, tengo 21 y la verdad la profecía no es nada alentadora y como mi espíritu agnóstico me dice que su sobrino se casará antes que él y, como calcomanía de brujo, mejor se queda como artista, simplemente lo ignoro y espero aquí quietecita al valiente caballero montado en el unicornio que me llevará a dar unas vueltas por el sendero de la ilusión.

PD: Al chico del inicio de la historia le dije que escribía en este blog. Como es más probable que yo encuentre petróleo en mi patio que volver a verlo, y con la esperanza que lo vea algún día, añadiré  solo tres cosas:

1.- Sory por lo de tu número (pensé que a ti te importaba menos que a mí).

2.- Sory por decir que tus amigos son una sarta de niños que no saben decir nada inteligente (me vuelvo a disculpar, pero fueron las bromas más tontas que escuché en una misma noche)

3.- Sory por lo de «aquí no va a pasar nada pero nos quedamos justos a ver el sol» (eso sí tiene explicación, pero como solo es para ti, amen de la historia).

el bañodeluna

El trompeador y melenudo Sansón era un gigante de cuidado que acabó derrotado por las tijeras de la astuta Dalila. Convertido en calvo de repente, rapado al coco, perdió su energía brutal, el furor de sus entrañas. Otro que perdió soga y cabra fue un conocido orejón andino que ahora se le compara con el legendario Alejandro Magno, el primero que pensó seriamente en un imperio universal. La dama que estranguló los ímpetus beligerantes de Túpac Yupanqui no usó la estrategia de las emboscadas repentinas, no hizo trampas audaces, ni disparó un solo tiro de escopeta, porque en ese tiempo no todavía se inventaba semejante arma. Fue suficiente que ella sacara de sus adentros su corajuda naturaleza, su enconado carácter selvático. Era el año de 1450, hace 559 años.

 

            La varona de armas tomar, de índole revoltosa,  se llamaba Mamanchic. Era natural de Chachapoyas. En sus buenos tiempos, en su edad dorada, había vivido en el Cuzco, desempeñando una profesión relajada y hasta placentera: concubina del padre de Túpac Yupanqui. En el instante de la entrada del líder serrano, ella frecuentaba la vida retirada, pues se había jubilado de su antiguo oficio. En esas circunstancias fue que aconteció la ingrata noticia de que el conquistador de tantos territorios y vidas avanzaba hacia Chachapoyas con ganas de tierra arrasada, de muerte definitiva para todos los antisuyanos de esa parte del territorio de bosque y piedra. En ese tiempo, los conflictos entre el poder oficial y los Chachapoyas, el centralismo y la periferia verde, había arribado a un punto de estallido garrafal. Casi como ahora. Era inevitable el cruce de estrategias y armas. Entonces, mientras los chachapoyenses  se preparaban para defender la aldea amazónica, la Mamanchic decidió tomar al toro por las astas.

 

            La hembra citada se olvidó de arrumacos y melindres y recorrió la aldea llamando a toda mujer que estuviera dispuesta a dar un largo paseo. Horas más tarde fue posible ver una numerosa comitiva femenina que marchaba por el camino empedrado. Era suicida salir así como desafiando la ira nada menguada de Túpac Yupanqui. Pero la Mamanchic confiaba en su poder de convencimiento, en su capacidad de seducir a un varón que conocía desde hace años. Así fue como, al frente de sus bien armadas huestes, el Inca invicto se encontró cara a cara con un ejército de damas. De entre esas figuras surgió la antigua concubina que como en el cuento de Maupassant iba a cumplir un decoroso papel de liberación. Antes de que Túpac Yupanqui pudiera decir esta boca es mío o rebuznar de cólera, ella le recordó sus días en el Cusco, le habló de los muchos servicios que habían hecho al imperio los Chachapoyas  y le recordó a su difunto padre.

 

            En los no tan leídos ni comentados Comentarios Reales, el arribista Gracilazo de la Vega escribe sendas páginas sobre las palabras de la Mamanchic, creando un lirismo ingrato que sueña mal a los oídos. Pero menciona sin irritarse que Túpac Yupanqui se olvidó de sus intentos de acabar con esos amazónicos, ordenó la retirada a sus efectivos y pico espuelas. Años después volvió a entrar a la montaña persiguiendo sin piedad  a otra selvática, una concubina de nombre Mamaruntu, que le adornó la cabeza y huyó con un mozo amazónico. La prostitución montañera se remonta al ande incaico  y tiene que ver con la trata imperial de muchachas hermosas que cumplían labores de servilismo carnal.

 

            El guapeador y bronquista Sansón no recuperó las fuerzas anteriores a la peluquería repentina y, suicidamente,  derribó dos murallas y se llevó para la otra banda, la muerte a cientos de  cargantes y cargosos filisteos. Dalila escapó de la masacre. La Mamanchic también escapó de la masacre imaginada por el Inca vital. Y murió serenamente, lejos de los lances de alguna guerra. Es la primera heroína selvática y prefiguró o anunció a un linaje de mujeres corajudas que arriba a nuestros días. ¿Cuál  era el evangelio de esa mujer coraje, de esa dama de hierro, que en el momento crucial demostró tener un valor sin límites? Es posible sostener que su evangelio personal y, acaso secreto, era desbaratar los abusos del poder de turno, desarmar la maquinaria de un poderoso de ese tiempo.

Imagen: El baño de luna, de Gino Ceccarelli