Gran imagen del caricaturista Heduardo, que responde a la pretensión del presidente Alan García de inundar la blogósfera y el Twitter con blogs, bitácoras, twitteros amigos de su gestión.
Para tenerlo en cuenta.
Gran imagen del caricaturista Heduardo, que responde a la pretensión del presidente Alan García de inundar la blogósfera y el Twitter con blogs, bitácoras, twitteros amigos de su gestión.
Para tenerlo en cuenta.
Notable fotografía de Adrían Portugal, recopilada en el libro «Recuerdo de Iquitos» , sobre John Palacios, el imitador más fiel y leal de Michael Jackson por estos lares. Una foto tomada en «El Refugio», digna de cualquier alegoría tropi-freak, un homenaje peculiar para el King recientemente fallecido.
Aquí un video, editado por el propio Adrián Portugal
Hasta que al fin Mario Vargas Llosa se pornunció sobre la crisis amazónica suscitada a partir de los hechos de Bagua. Polémico y en varios pasajes defendiendo postulados harto discutibles, el artículo Victoria Pírrica que ha publicado el día de hoy trae algunas ideas bastante sugerente, alucinadas o rebatibles. Aquí algunas:
«Una cosa está, pues, totalmente garantizada: los 332 mil nativos amazónicos, que, según el censo del 2007, distribuidos en unos quince grupos etnolinguísticos, hablan cerca de 70 dialectos, seguirán siendo en los años venideros los ciudadanos más desamparados y explotados del Perú, los que reciben la peor educación, tienen menos oportunidades de trabajo y las peores expectativas de salud y de vida de todo el país. Si esto no es una victoria pírrica, ¿qué es?(…)
A pesar de su lenguaje algo difuso, los satanizados decretos estaban en el fondo bastante bien orientados. Perseguían una necesidad imperiosa: atraer inversión privada y tecnología de punta hacia una región que tiene grandes reservas de gas, petróleo y muchos minerales y podría ser una fuente de prosperidad y modernización para ese país pobre que es el Perú, empezando, claro está, por quienes más ayuda necesitan: las comunidades nativas de la Amazonía(…)
Es verdad que el Gobierno, antes de enviar al Parlamento estos decretos, debió llevar a cabo una campaña intensa de información y diálogos con las comunidades nativas. No es seguro que hubiera sido más eficaz que los demagogos y extremistas que, desde hace tiempo, con el apoyo desembozado de Evo Morales y Hugo Chávez, vienen intoxicando a toda la región amazónica con una prédica revolucionaria cuyos soportes básicos son el anticapitalismo, el nacionalismo y el racismo. Es decir, el rechazo de la empresa privada y de la inversión extranjera —salvo, claro está, si ella es venezolana, cubana o iraní— a la vez que el reconocimiento de “naciones indígenas” que tendrían el derecho exclusivo a las tierras amazónicas. (…)
«Entre todas las regiones del Perú, ninguna como la Amazonía requiere con más urgencia que la anarquía y la “ley de la selva” que allí imperan sean reemplazadas por un orden legal justo y estable que garantice a las comunidades nativas sus derechos y les abra las oportunidades de mejora y progreso que solo el desarrollo económico —es decir la multiplicación de empresas privadas e inversiones nacionales y extranjeras— y la legalidad democrática pueden conseguir. En las regiones del Perú donde ello ha ocurrido, como en Lima y en toda la región del litoral y en muchos lugares de la sierra norteña, el progreso en estos últimos años ha sido espectacular, ha reducido los niveles de pobreza, generado altísimas tasas de empleo y, gracias al canon minero, dotado a las provincias de unas rentas que jamás tuvieron en el pasado. A esto acaban de renunciar de manera suicida las comunidades amazónicas que siguieron las consignas retrógradas de Alberto Pizango.»
La responsabilidad de quienes, de manera tan insensata como demagógica, han utilizado a las comunidades indígenas movilizándolas en una guerra abierta contra unas medidas de las que hubieran sido las primeras beneficiarias, inculcándoles las estúpidas mentiras según las cuales aquellos decretos formaban parte del tratado de libre comercio firmado entre el Perú y Estados Unidos y querían privarlos de sus tierras (que nunca han tenido de verdad) es enorme. Por lo menos ha quedado demostrado, una vez más, que no hay límite moral ni político que los enemigos de la libertad no estén dispuestos a transgredir. Y, también, que las reformas que emprenda un gobierno democrático, por más beneficiosas que sean, deben alcanzar un consenso popular antes de ser emprendidas, para que, como ha ocurrido en este caso, no resulten contraproducentes y terminen agravando los problemas que querían resolver.»