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Experimento Uno

Publicado: 24 octubre 2009 en Miss Lizzy
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VP EXPERIMENTO ROMANTICO

Ha sido un tiempo bastante interesante este en el que me he ausentado de sus pantallas. Resulta que después de la aventura con mi amigo el moreno sabroso que les conté, he entrado en un periodo de dudas para mí, un periodo filosófico y cuando Miss Lizzy tiene DUDAS, es el peor momento para los que la rodean, porque como sabrán Miss Lizzy hace ESTUDIOS.

Para mí es muy importante dejar en claro mis ideas, ahora estaba pensando en las personas en general y nuestras actitudes, por lo que decidí arriesgarme una vez más y lanzarme a la aventura, mi mayor preocupación era yo misma, pues no estaba enamorada de nadie y estaba haciendo una vida promiscua.

Claro que selecciono con detalle a los compañeros íntimos que tomo. Así que tomé mi equipo completo de investigación: maquillaje, mente abierta, ropa sexy (que al mirarme se entienda: no me toques a menos que yo lo haga primero). Luego tuve que seleccionar a diferentes personas de distintos géneros que colaborarían inconscientemente en esta labor. Y empieza la carnicería, con paciencia y dedicación resolví mi primera pregunta ¿qué significa para un hombre o para una mujer el hecho de tener intimidad con alguien?

Tomé a tres de mis mejores amigos: Justin, Maribel (que ya la conocen) y Manuel.

Justin era virgen antes de entrar en mi territorio, yo lo sabía, como sabía también que estaba esperando que alguien le ayude con el asunto, él no sabe nada de mi vida íntima (como la mayoría de mis amigos), jamás imaginaría que justo una noche de setiembre en la que me invitó al cine como otras tantas veces, yo tenía planeada su NOCHE DE GLORIA. Llegamos a mi casa, la que había prometido no contaminar, pero esta era una ocasión especial. Justin jamás hubiera cedido que fuéramos a otro lugar, menos a la casa de él pues sus padres siempre estás ahí por las noches y su familia es muy conservadora, por lo que no quedaba de otra, tuve que sacrificar también mi morada además se suponía que nada era planeado y que tampoco yo sabía cómo hacer esto.

Lo dejé en la salita, mientras yo iba a cambiarme para estar cómoda, luego le serví algo de beber y me senté a su lado, también tenía a mi favor que yo le gusto desde hace mucho tiempo a él por lo que no fue complicado llegar a hacer que él me besara y las cosas fluyan como si él fuese el responsable de la noche, como si él tuviese el control de las cosas, no estuvo tan mal para ser su primera vez, pero eso no era lo que realmente me importaba, lo que yo quería saber es cómo me trataría él al día siguiente, así que debía terminar el asunto, mandarlo a su casa, esperar a que amanezca y si al llegar la noche no me llamaba o enviaba un mensaje de texto o un e-mail, vería la forma de llegar a él para ver su reacción. Lo bueno es que me llamó, primero para disculparse por lo que pasó la noche anterior y de pasito preguntarme qué tal estuvo, que si me gustó, que si me dolió, prometiendo que nuestro secreto estaría seguro, y lo que menos quería que me diga: que si quería estar con él.

Pues ni modo, yo no quería estar con él, por lo menos no en ese momento, así que me excusé con algunos artilugios bien formados y quedamos en que dejaríamos que el señor tiempo lo decida todo, lo cual es un cuento chino para evitar compromisos, lo importante es que para él significó algo importante, eso me conmovió mucho, me hizo recordar a cuando yo soñaba con el príncipe azul que llegaba, me rescataba de la soltería y nos casábamos para ser felices para siempre. Pero muy patético para mis gustos actuales. Aún no tengo los resultados de mis estudios pues aún no he terminado los experimentos, pero en cuanto los tenga lo sabrán, este sólo es el primer caso. Cuídense y besos a todos.

Cuentatiempos

Publicado: 4 octubre 2009 en Ronald Paredes
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fotopost

Las botellas vacías al lado de la cama. Dos cigarrillos a medio fumar y el hijo viscoso del humo que danza en medio del cuarto vacío, a medias.

Las orillas de la cama sostienen en el borde al débil muchacho, que pese a tener toda la juventud del planeta, se siente más viejo que millones de matusalenes bíblicos. Las revistas deshojadas cubren la cama revuelta por las lágrimas de toda una noche en vela. Y no era el fanatismo de sufrir por gusto, no era el fanatismo de sollozos gratis por cualquier niñería. No era el fácil arribo del dolor a sus días porque si, o porque lo quisieran tildar de niñato llorón y emo diarreico cuando la verdad se encontraba en el epílogo de los libros de Sartre?

Era fácil tomar el arma envuelta en papel periódico, o tomar el vaso de raticida puesto en pleno velador, o las pastillas ordenadas en formación de guerra al lado del vaso acusador. La radio no dejaba de vomitar a un Morrissey que predicaba que todos los días son como domingos, contraste que hacía ver todo más tenebroso en aquel cuarto pintado de colores indescifrables, lleno de posters indescriptibles, rodeado de cosas inservibles, vacio en medio de tantas cosas innombrables.

Golpearon salvajemente la puerta. Él solo atinó a levantar las cejas. Era la hora. Pensó que quien se jacte de ser tan valeroso a puertas de aquel último viaje al olvido es un burdo falaz. Las piernas tiemblan como hojas secas al viento, los dientes rechinan como campanas sonando alocadamente, las manos revolotean entre sí como, pajarracos hambrientos despedazando a su victimas y el tic irreverente de los ojos cerrados.

Se abrió lentamente la luz con los párpados semicerrados. Era la luz que engendraba el camino hacia la nada, la luz que le daba la llave a algún tipo de paraíso, la luz que encierra toda la oscuridad y sapiencia de mil demonios encerrados en una sola palabra, el nirvana de todo lo aberrantemente feliz, el némesis divino de palabras dichas a medias.

Llevó arrastrando sus pasos a la puerta que tambaleaba insistentemente tras los golpes que le eran propinados. Abrió lentamente y pudo constatar o que eran las pastillas/raticida/pistola/libros o era esto. Se alisó la rala cabellera y penetró en la oscuridad del callejón, siguiendo el hilo de luz que había tocado a su puerta tantas veces. Era el hilo de salvación que desde lejos lo había venido a buscar. Sintió que sus carnes dejaban su esencia y que nacía nuevamente en su raíz, que las tardes y mañanas tomarían ese cariz de ojos traicioneros arrebatados, que las noches de conjuros se habían encargado de hacerle olvidar, que los talismanes recargados se habían dado al trabajo de ocultar.

Las llantas raspantes de aquel avión dejaron rápidamente la pista que reptaba a lo largo de sus malogrados metros, las turbinas se negaban a flaquear y el sentía que su pecho volvía a llenarse del frío aire del amanecer. A lo lejos podía ver los rayos de sol amazónicos bañando su olvido.

Qué fácil resulta tantas veces tener las llaves a la mano y no tomarlas por puro masoquismo.

Monedas por clavos

Publicado: 22 septiembre 2009 en Ronald Paredes
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Clavos

Estaba decidido, se haría así.

Ya la noche arreciaba inexorablemente con apagar todo atisbo de aquel día confuso, con las idas y venidas de aquel mar de gente correteando cual tropel desbocado por las celebraciones paganas. Le parecía una maroma increíble todas aquellas personas pintadas de rostros amigables, y si embargo tan vacios por dentro.

-Nadie comprende esta basura, yo simplemente me he cansado.

Necesitaba la excusa perfecta. El mamotreto exacto. La pantomima creíble para irse de vacaciones permanentes de aquel desvencijado lugar, de aquel aire rancio, de aquel mar de gente que lo tenía podrido hasta la médula con lastimeros pedidos y quejidos.

¿Acaso lo creían algún tipo de Papa Noel regalón?

-¡Yo soy el mal! lo que tengo que hacer por tomar posesión nuevamente…

Escudriñando entre aquellos que llamabanse amigos suyos, revisando acuciosamente cada pupila, encontró la perfecta excusa en una simple mueca. El desgano era evidente en su mirada y el constante tamborileo en la vieja mesa, llena del par de manjares, lo hacían aún más notorio ante su suspicaz mirada escrutadora.

-Este es mi cuerpo…esta es mi sangre… alguien me traicionara antes que cante el gallo. Tres veces tres.

Las horas pasan lentamente y la negrura de la noche se hace sentir, con el estómago lleno y las ansias a mil por hora, mientras el segundero en forma de relojarena cabalga hacia el abismo. Todo se resume a que él desee hacerle el favor. Lo demás es simple cuestión burocrática, algo dolorosa pero en todo caso necesaria. ¿Clavos? ¿Latigazos? con tal de largarse de aquella pocilga en forma de mundo aceptaría de buen agrado tomar el riesgo, sin pensarlo dos veces.

-Pero no temas, es algo simple, la haces, finges como sabes hacerlo, cual tamborileo de los dedos, exiges lo que quieres y te lo darán, si eso no te satisface pues, mueres y serás mi senescal.

Miro confundido los ojos penetrantes de quien le hablaba y no daba crédito a lo que sus oídos antiguos escuchaban. Estaba tirando por la borda toda creencia que había acuñado desde que lo conoció. Al final el tan mentado diablo de quien tanto se mofaba era él. Vio cómo transmutaban aquellos ojos en multicolores formas, a manera de confirmación de aquella proposición rauda y poco sacrosanta.

El gallo cantó tres veces mientras le tiraban por la cara las monedas oro que había pedido por el intercambio de bienes. Era la enclenque existencia de quien quería deshacerse a toda costa de aquella responsabilidad adquirida en forma de pago obligado, en realidad era más lo que pidió pero el golpe sorpresivo fue tan brutal que su pobre cerebro no terminaba de procesar aquel extrañísimo pedido. Se sintió como el puto salvador de quien esperaba lo salvase y era tan contradictorio hacerle un favor a quien pregonaba tenerlo todo y nada, de quien decía ser salvador pero simplemente quería dejar rápidamente la lastimera manera de vivir de los simples y estúpidos humanos.

A lo mejor se escuchaba la turba enardecida gratificada por aquel simple regalo caído de la nada, todos danzaban como posesos en su esencia y él, pese a las espinas y los latigazos acuñaba una sonrisa macabra en todo su ser, su pupilo había cumplido con su palabra y debía morirse de una vez para recompensarlo en toda su magnitud. Porque la palabra empeñada se cumple.

-Tengo que hacerlo, no podré vivir con la consigna de haber mandado a asesinar a quien tenía por alta estima ¿por qué? ¿Acaso no era su favorito?

Repentinamente, un haz de luz iluminó su demacrada cara. Voces de ultratumba e imágenes recorriendo a velocidades indefinibles repasaban su apocada anatomía, a la par que sentía la energía de un muchacho púber recorriendo nuevamente sus cansinas carnes. Se sentía poderoso, se sentía vivo, sin pena ni culpa. Era el pecador más hermoso que pisase la tierra y estaba feliz de eso. Cantando y danzando fue enrollando firmemente la soga en torno al sicomoro y de la parte más alta que pudo terminó el nudo que le daría su final paga.

Apretó los dientes y con los ojos cerrados vio todo un mar calmado en pleno octubre que se abría ante él. Su paga estaba a un solo paso al vacío y soltando una carcajada grotesca se lanzó al aire, mientras sentía en su piel como cada chicotazo propinado a su maestro lo liberada de forma rápida y burlesca.

Las carnes desgarradas volaban mientras el castigado profería lágrimas de alegría. Había sido completamente liberado de su esencia, la paga estaba consumada y los de arriba nada podían hacer ya, un sutil miedo se apoderó del triunvirato que ofuscados revoloteaban sobre soluciones posibles a lo que estaba consumado, mientras los clavos eran profundizados con cada martillazo. El simplemente lanzaba lágrimas de emoción ante su inminente partida.

Lentamente abrió los ojos y vio difusamente primero, claramente luego, aquel pedazo de tierra azulino que se iba perdiendo a sus pies. Se sentía suave como una pluma y tan libre como un atisbo de aire recorriendo el infinito, se sintió cómodo, se sintió proscrito, se sintió libre al fin, la sonrisa macabra retumbaba en su cabeza y eso era la llave para su reino. Eran él y su mentor esparciéndose por el infinito.

Porque la palabra empeñada se cumple. Se paga.

La niña de la cajita de bombones

Publicado: 21 septiembre 2009 en Aldo Lozano
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niña bombones

Echado en mi cama y por encima de mi propio y ferviente animo de no volver a fumar si no fuera necesario, y mientras reflexionaba en el tema, daba vueltas entre mis manos la dichosa cajetilla de “enrollados de cáncer” (como le decíamos en el colegio a los cigarrillos). En el momento que enciendo el primero, después de mucho pensar, me encuentro apensando el aquel invierno limeño al que siempre me recuerdan los puchos y del que nunca hablo, aquel tormentoso y desequilibrado invierno.

En ese instante vuelvo a mi cama cuando me doy cuenta que no había traído el cenicero. Estando a punto de levantarme se acerca a mí una niña de pulcro vestido amarillo, la cual me entrega una cajita vacía de bombones, la tapa está abierta y con la sonrisa sincera que todos tenemos a los 9 años de edad me dice: “para que no ensucies bota la ceniza acá”, y luego se va.

El invierno del 2000 fue realmente crudo y aún a los que estamos acostumbrados a recibir los castigos del frio limeño sentimos la necesidad de achomparnos de la mejor manera posible, pero en ese invierno no solo hubo frio sino también decepción, al sentir que la oportunidad de continuar con los estudios que seguía se me cerraban como quien cierra la puerta al indigente apestoso que nadie desea encontrar en su vereda.

La noche siguiente logró mi debilidad hacerme prender un nuevo cigarrillo, y mientras pensaba que esto se podría convertir en un mal habito, la dulce niña se apareció nuevamente con la misma cajita que yo usara de cenicero la noche anterior, después de un agradecimiento de mi parte y de una sonrisa por respuesta se retiro, dejándome absorto nuevamente en mis pensamientos.

El calante frio de la garua invernal limeña, que irrisoriamente moja, también trajo ese año la pérdida del amor de mi vida – de esa época – por causa de mi indiferencia a nuestra problemática relación, quebrada al desaparecer la esperanza de un hijo en camino, pero quizás la noticia que en verdad me carcomió silenciosamente por dentro, o terminar de hacerlo para ser exacto, fue que a mi progenitor le detectaron diabetes, duro golpe para los que con mirada infantil vemos a nuestro padre como el súper héroe invencible de los comics. Pero no solo fue la noticia, el hecho de verlo adelgazar, perder la compostura o derrumbarse en esos bruscos cambios de animo logró clavar en mi subconsciente una desesperación solo comparable la idea que la muerte me lo quitaría algún día.

La escena de mi extraña adicción por un cigarrillo antes de dormir, las cavilaciones sobre saber que algo olvidas, la frustración de no poder recordarlo y la dulce niña con su tierna cajita de bombones como cenicero se repitió por muchos días. El tiempo en este caso es extraño, la debilidad mental y física que causan algunos “efectos secundarios” son realmente crueles, tu mente pasa a ser indiferente al pausado, rítmico y milimétrico movimiento de las agujas envenenadas con vejez. Esta es mi razón – supongo – para no recordar con exactitud cuantos días  pasaron.

Aquel día en que por pedido de mis entrañables amigos de cofradía fui a visitar a una dama vestida de una impecable bata blanca, la cual me repetía que solo es “rutina” con cada test que me entregaba, mientras yo pensaba “solo he resuelto tantas preguntas en mi examen de admisión”. Pero lo raro vino cuando me preguntó qué pasa en las noches antes de dormir o cuando distraído del mundo mi mente se desconecta de la inconfesablemente triste realidad que parecía negar por momentos. Solo por ese pequeño instante de entera confianza con la dulce dama descubrí mi secreto de oscuras voces, que repetían frases incoherentes y sobre la dulce niña que siempre me visita durante las noches y a la cual por pedido propio le cuento cuentos fantásticos de hadas y duendes que la acompañaran antes de dormir.

Una calurosa noche loretana, la niña no apareció. En su reemplazo fueron a visitarme un grupo de amigos que preocupados, pues había estado enfermo esos días, decidieron ir a pasar la noche en mi casa. Mario me decía de manera burlona “qué no haría yo en mi casa si viviera solo”,  mientras Janeth que dulcemente con ese amor que se notaba en nuestras miradas, me entregaba una taza de café. Ya muy avanzada la noche y después de acomodar un par de colchones en la sala para seguir conversando con más comodidad, decidí encender un cigarrillo – pues ya se estaba volviendo un hábito triste debo admitir – en el momento de encender aquel paliativo de la ansiedad nuevamente apareció ante mí la dulce pequeña con su cajita ya tan conocida por mi nocturno y poco efectiva búsqueda de eliminar la tensión que causa la soledad.

La palidez de los rostros de mis nocturnos acompañantes mientras me preguntaban ¿Quién es ella?, solo es comparable con el color del día en que por prescripción médica empecé a consumir aquellos torturantes anti sicóticos que hasta hoy en día me acompañan esta rutina diaria llamada vida, y hablo de verdadera palidez, aquella que solo se logra en el encuentro inesperado entre algún evento sobrenatural y la realidad conceptual a la que estamos acostumbrados. En un estado de real incomprensión de la situación, pregunté casi al borde de la desesperación:

– ¿La pueden ver?.

Al terminar estas palabras la dulce niña de la caja de bombones volteó a verme y de una manera tan sencilla, como quien sabe que no será la primera ni la última vez que te encuentre de esa manera, me dijo: “Nos vemos Papá”

Een esa última palabra como un sueño del que despiertas lentamente desapareció frente a nuestro aun desorbitados ojos.

Era viernes aun lo recuerdo. Desperté vociferando un grito tal que los vecinos creyeron que estaban matando a alguien. Mi corazón latía tan rápido que de verdad creí que fallaría, sentía mi cuerpo mojado, como si hubiera sudado toda la noche, pero lo que quizás aun me hace recordar este atormentante episodio son las lágrimas que se esparcían por mi rostro a causa de la agridulce palabra «Papá».

Permiso para no aterrizar

Publicado: 8 septiembre 2009 en Llini G
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boyanddogonplanet

(Dibujo de Moby)

A veces me pongo observo la soledad de los seres humanos. ¿Por qué alguien que ha tenido mucho al final queda solo y abandonado? ¿Será cuestión de suerte o tiene que ver con el propio destino?

Hemos escogido la luna como nuestro hábitat permanente solamente para girar y depender de algo, o simplemente existir. Nadie sabe por qué ella está allí, por qué simplemente sigue a la tierra, como si fuera su pequeña hija (pero una hija mucho más fría que no está llena de vida). No tiene verde, azul ni amarillo. Todo es seco, todo es gris. Todo lo que miras a tu alrededor es negro.

Entonces ¿Hay alguna razón para vivir ahí?»

Mi tía, ya muy anciana, sale de su casa una sola vez al año. La única persona que tiene en una ciudad de cien mil habitantes y muchos metros cuadrados es mi abuelo. A ella le ha tocado vivir en la luna debido a un destino que ella misma no escogió. Toda su familia murió en tiempos distintos, dejándola más sola cada vez. No están los hijos para hacerla renegar, no está el sonido matutino de la tetera hirviendo el agua para el café. Las rosas del jardín delantero están reducidas a simples matas olvidadas que apenas se pueden distinguir en el suelo. El cuartito donde estaban los grandes hilares para tejer y las colchitas hechas a mano son ahora viejas sillas de maderas y un teléfono descompuesto. Su memoria ha quedado estancada en el tiempo en el cual todos ellos vivían y todo lo que la rodeaba era la más pura esencia de la vida de sus hortensias y girasoles. Admiro oírla tan solo para saber cómo era y a la vez le pregunto para qué ella también se sienta algo cerca de la Tierra en la que vivía y en la Luna en la cual le ha tocado vivir.

Yo, por ratos, decido acercarme a la Luna, sentir el aire frío y gris que puede desprenderse de ella para así dejar la Tierra un ratito y encontrar un lugar en donde experimentar la soledad en la manera que yo quiera. Eso para mí es la Luna. Eso para mí es vivir en ella. Creo que me he acercado, la he sentido un poco, tratando de encontrar los sonidos adecuados para poder cerrarme luego de tantas cosas experimentadas. Es, como otrora hicieran las amazonas, mi confidente de alegrías y tristezas.

Cerrarse en uno mismo no es suficiente, necesitas alguien más o algo más. Mi tía lo hace todos los días involuntariamente. La ha encontrado esa forma de vivir sola de por ratos y le ha tomado prisionera. Su mente, su corazón y su pequeña casa están presas ahí. Anoche vino caminando y la abracé muy fuerte  para que sienta que aún está aquí luego de tanto tiempo. Aunque su mente ya no me distinga y sus labios pronuncien otro nombre al verme, yo sé que en algún momento los seres humanos llegamos ahí: siendo jóvenes al alejarnos y ancianos cuando todo se aleja de nosotros….