Tal vez lo común sería seguir con el disco rayado de linchar a Burga y sus contertulios turísticos (que son probablemente los peruanos que mas viajes realizan al exterior por año, con el cuento de los campeonatos)
Podría maldecir a toda la descendencia y ascendencia de “conejo catalán” Chemo (que ahora me cae más mal que cuando vi su comercial cojudón) pidiendo su cabeza y resaltando su incapacidad e ineficiencia
De repente podría despotricar contra los jugadores y su mediocridad e instinto – imán para las juergas y el vacilón antes que para dar el alma por la selección y acordarme, así, de Pizarro y sus patas en el golf (hembritas ricas incluidas)
Podría ponerme tal vez a analizar estrategias, errores técnicos y tácticos al fiel estilo de los impresentables comentaristas deportivos peruanos. Mención especial tienen en esta categoría: el minusválido de la pronunciación de Gonzalo Núñez – que habla como Shaluco ¿se han dado cuenta? – o el pinta de cabro de Lucho Trisano o el hijo negado de Barney y Cassaretto de Phillip Butters o la versión chibola de Belmont, Eddie Fleishman. Sería un mate de risa verlos jugar un partidito a estos genios del futbol, a ver si saben tanto como hablan, ¡que bestia!.
O puedo simplemente emborracharme con macerado de coca (o algún otro mortal trago Palo alto, Palo alto) como un triste y sentirme perdedor, deseando (solo en este aspecto) haber nacido brashico. Tengo rabia, qué duda cabe, pero…
¡No!
No voy a hacer lo predecible, no lincharé, ni maldiré, ni despotricaré, ni analizaré nada en contra del futbol o del sistema. Por el contrario, voy a referirme a la verdadera razón por la que nos afecta el futbol. Y es porque simplemente somos ilusos e irracionales. Ilusos porque seguimos creyendo, porque a pesar de que en realidad nunca la hicimos en el futbol (¿cuándo se gano un mundial? ¿cuándo fuimos realmente una potencia?) seguimos en la necia idea de volvernos locos en torno a un partido. Irracionales porque si lo que nos diferencia de los animales es la razón, no entiendo qué nos pasa en este sentido con el futbol. Por más que nos hace mucho daño ver un partido de la selección, casi al riesgo del infarto, nos seguimos reuniendo frente a un televisor y le seguimos gritando a la pantalla (como si nos escucharan) y nos ponemos colorados de la cólera con cada error y fruncimos fuertemente cada vez que se acercan a nuestra portería, para finalmente, siempre, pero siempre, sentir el sabor de la derrota.
¿Esto tiene sentido acaso? ¿No somos unos completos animales entonces?
Por eso y otras razones ¡RENUNCIO!, sí, renuncio a ser hincha del futbol, renuncio a la idea de que exista algún equipo de futbol en este país, no puedo hacerme más daño, no estoy tan loco, ni soy tan masoquista. Fuera la pasión y toda esa vaina ¡Fuera de aquí!
Tomemos reales cartas en el asunto y olvidemos este maldito deporte, por el contrario lleguemos a un acuerdo nacional y a partir de ahora vibremos con el surf, por ejemplo (que mejor nos representa en el mundo) o institucionalicemos el box femenino como deporte nacional (con Kina Malpartida como la estrella referente) ¡Sí! que pasen estos encuentros por televisión y que la gente se vuelva loca con cada puñetazo de la Kinita a otra peso pluma de cualquier otro país o con cada quiebre endemoniado de la gringa Sofí sobre las olas de alguna playa (que quizá nunca conoceremos). En eso sí campeonamos ¿no?
Hay antecedentes, somos campeones del mundo ¡carajo! Y parece a nadie importarle ¿Por qué no nos sentimos orgullosos de eso? ¿Por qué no nos volvemos locos y salimos en caravanas interminables? Retiremos el futbol de nuestras vidas, abandonemos la idea de seguir con esta farsa, no servimos para el deporte de Pelé y esa es la realidad, desinflemos las pelotas e incinerémoslas, transformemos los estadios en parque ecológicos o plazas para enamorados (¡muac muac!), modifiquemos las canchas múltiples y hagámoslas dúplex (sólo de básquet y vóley), nada de escuelitas de fútbol para menores dirigidas por cachudos como profesores (me refiero al felino de la U) y finalmente, que se prohíba ese deporte de la desolación y el desconsuelo , por decreto supremo y punto.
De repente así, lograríamos a un largo plazo que las futuras generaciones vean al futbol como algo muy lejano e incomprensible, como el rugby, el jockey o algún otro sobre hielo, que a nadie le interese, ni le apasione y tal vez nuestros hijos y nietos no sientan lo que sentimos cada vez que pierde la selección y no sepan lo que se siente ser los últimos, los peores, la burla del continente. Así los salvamos de sentir el sabor del polvo en la boca, pero el de la derrota.
Me seco las lágrimas (¡puta qué cólera!).